Por primera vez hemos acudido a la convocatoria mas hombres que mujeres, ocho a una, inaudito.
Nos desplazamos desde el punto de encuentro en gasolinera de Huétor Santillán hasta la población de Diezma, e iniciamos la ruta a unos tres kilómetros del pueblo, por la antigua carretera nacional, en donde se encuentra su poste de señalización.
La mañana se preveía bastante fría, por lo que todos íbamos preparados para combatirla, pero empezar a caminar y sobrar ropa fue todo uno, el sol templaba el aire calmado, ni los chaparros mecían sus hojas, ni los tomillos, jaras y romeros se estremecían.
El camino es apacible, sin excesivos desniveles, y marchamos por un carril que nos va conduciendo por varios cortijos, ahora abandonados y ruinosos, pero con mucha vida no hace tanto, como el de Peña Cabrera, el del Peral y la Solana, en los que había familias con niños que iban a una pequeña escuela unitaria que había en el cortijo de la Ermita. Paco me va contando que siendo un chaval de 12 o 13 años estuvo en este lugar desde los meses de octubre a mayo, junto con su dos hermanos, guardando la piara de cabras de su familia, en donde habían arrendado los pastos, y me cuenta que el carril por donde ahora andamos era entonces una vereda, y cómo venia a traer la leche desde el cortijo de Cañá Espinosa hasta el del Peral, así como me enseña los caminos y lugares por donde llevaba el ganado.
Continuamos nuestro camino, dejando atrás recuerdos de tiempos difíciles, y rebasamos el barranco de la Garduña, del que emana un nacimiento de agua, hasta alcanzar al grupo, que nos espera en el collado de Anapera. En una curva del carril sale un pequeño, estrecho, poco transitado e imperceptible sendero, hasta que se pierde entre un bosquete de encinas, ¡qué digo perderse ¡, ¡que Miguel no está ¡, ¿por donde se ha quedado este hombre?, y ahora a voces: “ Migueeeeel, Migueeeel “… vaya, se ha ido a despistar en el sitio mas complicado …. Al poco, por fin contesta y se nos une, “es que me ha llamado fulanica y sotanica, y no me he dado cuenta por donde ibais”, nos dice. Bueno, todo solucionado y continuamos nuestro camino tranquilamente, disfrutando de un tiempo excelente, por un paisaje en el que me siento en mi tierra, en mi lugar raíz, hasta el olor que trae el aire me resuena.
Ahora comenzamos a descender por el barranco de Cañamayo por un carril que nos lleva hasta el arroyo de los Villares, en el que han construido una gran balsa que proporciona riego para todas las fincas de la vega de Síllar, población a la que llegamos sobre media mañana.
En la plaza del pueblo, amplia, soleada, donde hay una hermosa fuente y una pequeña iglesia, y unos cuantos bancos, en ellos nos acomodamos para tomar la fruta.Solo dos vecinos pasan por ella y nos saludamos “buenos días “, no vimos a nadie más. Claro, que es un pueblo que solo tiene 72 habitantes (a fecha enero de 2023), 47 hombres y 25 mujeres (con tan pocas mujeres pocos niños – o ninguno – habrá en el pueblo, pienso yo).
Está situada a una altitud de 1.253 metros, y por lo que vemos el olivo, el almendro, las cabras y ovejas es su fuente principal de riqueza, ah, y dos casas de turismo rural, una de ellas es la antigua escuela, llamada la Cocorocha.
Antes de salir del pueblo nos hacemos una foto delante de la casa con pinturas de animales.
Nos dirigimos por el camino hacía una granja con una gran nave y las cabras salen a la puerta a cuchichear, somos la novedad del día.
Ahora transitamos por una vereda que se pierde hasta llegar al barranco del Zar, que no lleva ni gotica de agua, y eso que debería.
Una pareja de hermosas perdices va delante nuestra, correteando por el cauce pedregoso para que no las alcancemos, no quieren cuentas con nosotros, y al fin las dejamos tranquilas porque nos salimos del barranco por una zona de tomillar que nos lleva hasta un carril. Mas adelante encontramos una cancela que Miguel amablemente nos abre y facilita el paso.
Al poco nos topamos con un patrullón de gente que ocupan el ancho del camino y van a un paso mas lento que el nuestro, que nos impide avanzar. Menos mal que un poco mas adelante aquel grupo, que dicen vienen de Cúllar, continúan el camino y nosotros desviamos el nuestro para ascender por una semiescondida senda hacia el cerro del Castillo, que mas adelante se difumina y desaparece, aquí el monte está sembrado de piedra caliza.
Antonio y Miguel comentan que les encanta este lugar, y a mí también me lo parece, y al parecer también a las cabras, porque algo mas arriba aquello está plagado de bolillas negras. Nos detenemos en la cima un momento para contemplar el paisaje, tenemos al fondo las cumbres blancas de Sierra Nevada, y delante Peña Cabrera y su castillo árabe, llamado de Qabrira, al que nos dirigimos. Según mi parecer esta es la parte mas bonita de la ruta.
Ascendemos a Peña Cabrera por una pequeña senda algo deteriorada hasta la puerta de entrada al castillo, Gabriel, Roberto, Miguel y yo, y como nadie nos sale al paso continuamos por una hendidura natural de la roca que a modo de pasillo nos conduce hasta el alto donde se encuentran los restos de algún paño de mampostería de su muralla, desde donde se controla visualmente el paso de la actual autovía.
Ahora comienza la bajada, en la que nos hemos quedado rezagados Isidro, Angela y yo, por la que extremamos la cautela por lo resbaladizo y empinado del terreno. Ya incorporados a terreno seguro y por un comodo carril llegamos hasta el lugar donde dejamos los coches en un coser y cantar.
Como suele ser habitual después de una ruta nos fuimos a comentar la jugada a un bar de Diezma, “El Guinda”, donde nos refrescamos con unas cervezas, y esta vez los bocadillos se quedaron en la mochila. Hasta la próxima, amigos.
Crónica: José Antonio Mazuecos
Fotos: J.A. Mazuecos y varios más.