Fuera de programación e intentando continuar la costumbre de subir al Trevenque en Navidad, decidimos hacer esta salida el domingo 26 de diciembre. El día amanecío claro, con un cielo azul que hacía tiempo no disfrutábamos.
El inicio del sendero fue jubiloso, teníamos ansias de movimiento y de quemar los excesos gastronómicos de días anteriores. Los más aguerridos propusieron abandonar la cómoda ruta del carril para crestear por los innumerables montículos que jalonaban nuestro itinerario. Tras abandonar el ancho sendero, tomamos la vereda superior que ofrecía un grado mayor de dificultad: los de la verea somo gente sacrificada, austera y abnegada.
El camino ascendía con suavidad, acercándonos progresivamente al pie del Trevenque. Pronto apareció la nieve; en principio primaveral y, más adelante, dura y helada, fruto de las bajas temperaturas de la noche anterior. Los primeros resbalones nos pusieron en guardia. Comenzaron a asaltarnos las dudas sobre si lograríamos coronar la cumbre.
Justo al inicio del último ascenso se convocó a consejo a todos los veredistas para dilucidar si se continuaba la ascensión por un piso helado y peligroso. Unos proponían continuar pese a las dificultades. Los más sugerían meter mano a las mochilas para dar cuenta de las viandas transportadas. Y aunque algunos comenzaron un tímido ascenso intentando arrastrar a los demás, los heroismos declinaron rápidamente ante los contundentes argumentos esgrimidos por Pepe Montes: paletilla ibérica fínamente cortada en lonchas.
Estos argumentos se multiplicaron y se hicieron concluyentes: licor de membrillo, pacharán, danielitos, bombones, nochebueno, empanada gallega, galletas caseras... No importó mezclar lo dulce con los salado, el té con los licores, la empanada con los polvorones. Y es que la Verea tiene un buen yantar.
Deduciendo que el día estaba echado, nos dispusimos a iniciar el regreso. Si bien la cumbre se nos había resistido, otras metas se nos ofrecían altaneras en los bares y cafeterías de La Zubia.
Crónica: José A. Mesa
Fotos: Juande
De las cumbres me llega un soplo de aire fresco que depierta en mi el deseo de abrir mi corazón al cielo.
lunes, 27 de diciembre de 2010
domingo, 12 de diciembre de 2010
Por el GR7: De Nigüelas a Lanjarón
El asunto era completar un tramo del GR7 y la incognita era si llegariamos a Lanjarón por buen camino, pues ninguno de nosotros lo habia hecho de antemano. No hay problema, el camino está bien marcado desde la salida de Nigüelas, que atravesando el pueblo nos conduce al rio Torrente y encomienda nuestros pasos hacia la población de Acequias. Desde allí, una vereda en suave ascensión nos conduce hacia un carril, que ya no abandonaremos hasta llegar a nuestro destino.
El sol atraviesa suavemente una fina gasa de nubes, y su luz nos llega tamizada. El aire es tibio. El carril es amable, se deja querer y lo recorremos con suavidad. Hay cortijos que se asoman al camino para vernos pasar, uno de ellos con aires de casa rural, bien parecido. Ahora esperamos a Mariló, que se ha olvidado su bastón donde cristo dió las tres voces, sentados en un poyete, mientras bebemos vino con una tapa de almendras.
Una vez repuestos, y recobrado el dichoso bastón, continuamos nuestro camino hasta llegar al paraje conocido como Pedro Calvo, hoy convertido en área recreativa. Un poco mas adelante, en el cruce que sube a Tello, una concentración de moteros inunda el carril. Desde este punto vemos, a lo lejos, la mar. Ahora toca bajada, por carril y por trochas. A ver quien llega antes. ¡Sorpresa¡ Jorge y Encarna han subido en coche desde Lanjarón y salido a nuestro encuentro. Nos raptan a dos senderistas en su coche, en contra de nuestra voluntad. El carril nos enseña su tramo final, lleno de plantas y arbolado, hasta desembocar en la entrada del pueblo, donde nos espera un hinchá de carne a la brasa. Por si esto fuera poco, algunos insisten en una pasteleria con unos molondrones de aquí te espero. Vuelta a Niguelas en autobus de linea, cuyo conductor se portó muy amablamente, desviando la ruta para llevarnos hasta el pueblo. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
La próxima cita será para continuar el siguiente tramo del GR7 donde lo dejamos, ahora desde Lanjarón hasta Pampaneira.
Cronista: José A. Mazuecos
Fotos: Juande
El sol atraviesa suavemente una fina gasa de nubes, y su luz nos llega tamizada. El aire es tibio. El carril es amable, se deja querer y lo recorremos con suavidad. Hay cortijos que se asoman al camino para vernos pasar, uno de ellos con aires de casa rural, bien parecido. Ahora esperamos a Mariló, que se ha olvidado su bastón donde cristo dió las tres voces, sentados en un poyete, mientras bebemos vino con una tapa de almendras.
Una vez repuestos, y recobrado el dichoso bastón, continuamos nuestro camino hasta llegar al paraje conocido como Pedro Calvo, hoy convertido en área recreativa. Un poco mas adelante, en el cruce que sube a Tello, una concentración de moteros inunda el carril. Desde este punto vemos, a lo lejos, la mar. Ahora toca bajada, por carril y por trochas. A ver quien llega antes. ¡Sorpresa¡ Jorge y Encarna han subido en coche desde Lanjarón y salido a nuestro encuentro. Nos raptan a dos senderistas en su coche, en contra de nuestra voluntad. El carril nos enseña su tramo final, lleno de plantas y arbolado, hasta desembocar en la entrada del pueblo, donde nos espera un hinchá de carne a la brasa. Por si esto fuera poco, algunos insisten en una pasteleria con unos molondrones de aquí te espero. Vuelta a Niguelas en autobus de linea, cuyo conductor se portó muy amablamente, desviando la ruta para llevarnos hasta el pueblo. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
La próxima cita será para continuar el siguiente tramo del GR7 donde lo dejamos, ahora desde Lanjarón hasta Pampaneira.
Cronista: José A. Mazuecos
Fotos: Juande
Suscribirse a:
Entradas (Atom)